miércoles, 27 de julio de 2011

Artículo LNE sobre Prometeo


Montevil acoge a Prometeo

Nueve personas con diagnóstico de trastorno mental severo conviven

 en tres pisos en un nuevo proyecto de integración




A. RUBIERA 
En el barrio de Montevil hay tres pisos donde un titán de la mitología griega, Prometeo, vuelve a ejercer de protector de la humanidad. Una humanidad pequeñita -ya que por ahora sólo son nueve personas bajo su tutela-, pero muy vulnerable, puesto que todos los inquilinos tienen un diagnóstico de trastorno mental severo. Muchos carecen de domicilio y de un apoyo social básico; a otros, que sí tienen ese núcleo de relación, su entorno no favorecía la mejor evolución personal. Este Prometeo gijonés -así se denomina en global- tiene tres almas que le dan aliento y sostén: la Fundación Siloé, la Fundación Municipal de Servicios Sociales y los servicios de Salud Mental del Principado. Especialistas de los tres organismos están colaborando estrechamente en sacar adelante este nuevo y pionero proyecto, costeado por la Fundación de Servicios Sociales con 173.000 euros. 

A principios de año entraron al primer piso dos inquilinos varones; casi de seguido se seleccionó a otras dos chicas, que estrenaron la casa de mujeres. Desde entonces los dos domicilios se completaron de compañeros -cada piso tiene una capacidad de tres plazas- y este mes de septiembre se ha abierto el último dispositivo con nuevas inquilinas. 


«No vamos a tener problemas para llenar las plazas», sostienen Chema Fernández y Pablo Puente, coordinador de salud mental en el área V el primero y responsable del proyecto por parte de la Fundación Siloé el segundo. Esas plazas, además, son temporales, ya que «no tendría sentido que les resolviéramos el alojamiento a nueve personas, y ya. Otra de las características de este proyecto es que la estancia es transitoria, con un plazo de año y medio de alojamiento como máximo. Es un paso para que esos inquilinos puedan adquirir habilidades que les ayuden a desenvolverse. Habilidades de la casa, de la vida diaria, del manejo de sus recursos, del control de su medicación... incluido también que tengan una autonomía económica mínima, gracias al salario social básico, a las pensiones o lo que sea, ya que los perfiles son distintos», explican los responsables. Pero habilidades todas con las que experimenten lo que debe ser luego su vida autónoma, ya sea viviendo en pisos compartidos, pensiones u otros alojamientos de bajo coste -porque los recursos de estas personas son mínimos-, o de vuelta al seno familiar, del que salieron con otra expectativa que no sea la de dejar pasar los días.

En los meses que lleva funcionando el programa empiezan a apuntarse sus primeros y esperanzadores resultados. «Cosas tan sencillas como coger solos el autobús, ir a la compra, pasear por el barrio o la simple convivencia entre ellos van por buen camino. Hemos notado un avance, sobre todo en las personas que llevan más meses de convivencia», explican. Eso supone que los educadores y tutores que les acompañan en este viaje hacia la autonomía van reduciendo su intervención y su presencia a medida que pasan los meses. «Es un proyecto que está muy tutelado, pero se busca ir progresando hacia la menor intervención posible de los educadores», explican los responsables. Así, con el paso de las semanas personas que tenían muy pocas o ninguna habilidad en la cocina empiezan a hacer sus pinitos culinarios; «y hace unas semanas que ya van ellos solos a la compra», admite un educador.

Ésos son los grandes pasos de un programa pequeño, pero en el que también tienen mucha confianza los expertos de Salud Mental. «Quienes trabajamos con estos enfermos vemos con asiduidad a personas con situaciones sociales muy complicadas que acabas etiquetando como «sin salida». Una de las necesidades más frecuentes es que no tienen dónde vivir, o no tienen dónde hacerlo de una forma normalizada y que ayude en su desarrollo. A algunos la opción que les queda son las instituciones psiquiátricas, cuando no tendrían por qué ceñirse a esa vida. De hecho, esta experiencia demuestra que en un entorno normalizado y enseñándoles habilidades son personas que pueden llegar a desenvolverse bien», explica Chema Fernández.

El reto no es sólo para los enfermos; también lo es para los técnicos, las administraciones y las organizaciones sociales como Siloé, dispuestas a demostrar que hay nuevos caminos para explorar, por los que caminar juntos y coordinados.

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