miércoles, 27 de julio de 2011

Artículo LNE 15.11.2010

La lección del ciego

Santaclara, al frente de la Fundación Siloé, recibe hoy el premio «José Lorca» por sus más de 30 años ayudando a niños con problemas a salir adelante





                                             De derecha a izquierda, Santaclara, Pablo Puente y Susana González. juan plaza

Elena FERNÁNDEZ-PELLO
Para explicar la filosofía que guía el trabajo de la Fundación Siloé, su fundador, José Antonio García Santa Clara, desvela el origen de su nombre. Se encuentra en los evangelios y tiene que ver con el milagro del ciego de Siloé, un hombre que llegó hasta Jesús rogándole que le devolviera la vista y al que éste empujó a curarse por sí mismo, señalandole el camino para hacerlo.

Así es como trabaja esta Fundación, que nació en 1988 en la cárcel de Villabona, donde los voluntarios acompañaban la agonía de los presos enfermos de sida. Luego dio el salto a la calle, ayudando a niños y adolescentes inmersos en un mar de problemas a salir a flote y es esta última labor, en la que han empeñado los últimos treinta años, la que les ha valido el premio «José Lorca», que el Instituto Asturiano de Atención Social a la Infancia otorga anualmente a quienes se han distinguido en la defensa de los derechos de la infancia y que recibirán esta tarde.

Susana González es la coordinadora del programa «Chavales», surgido en Gijón y que ha hecho al fundador de Siloé merecedor de ese premio. «Es el más antiguo y esperamos que permanezca», afirma. Más de 800 niños han pasado por sus tres hogares y cuatro centros de día, repartidos por varias localidades asturianas. Sólo en 2009 fueron 138, que provenían de «familias negligentes». «No las estamos culpabilizando, hay familias que no dan más de sí, a veces con una historia detrás que es también de abandono», explican los responsables de Siloé. «Hablamos de niños en situación de riesgo, pero la de ser niño es por sí misma una situación de riesgo, las víctimas siempre son ellos», apunta García Santa Clara.

Los menores son remitidos por el Instituto de Atención Social a la Infancia del Principado. Los que ingresan en los hogares pasan en ellos toda la jornada, excepto la noche, cuando van a casa a dormir con su familia. Por lo demás, es el hogar -un piso convencional en el que las habitaciones se habilitan como salas de actividades- donde desayunan, comen y cenan, donde estudian, se asean y se distraen con actividades de lo más normales. En los centros de día los chavales sólo pasan cuatro horas al día, de cuatro a ocho. En ambos casos, siguen adelante con su vida escolar. «Son recursos preventivos, los niños reciben atención directa, apoyo escolar, talleres de educación en valores, de ocio y tiempo libre», refiere Susana González.

Entre tanto, una psicóloga trabaja con las familias para que puedan superar sus dificultades. «Intentamos ser una alternativa a la institucionalización, que siempre es un mal, aunque sea un mal menor», dicen.

Reciben niños entre 4 y 18 años, que son alojados en hogares en los que nunca se pasa de los ocho residentes. «Cuando el grupo es variopinto no tenemos problemas: los adolescentes colaboran con los más pequeños; es más difícil si a un piso más homogéneo, con niños mayores, por ejemplo, llega uno más pequeño», comenta la coordinadora. La regla en Siloé es convivir sin distinciones, así que en los pisos hay niños y niñas, de distintos orígenes y razas, con pequeñas discapacidades... Precisamente en este último caso, apunta González, «la integración ha sido fantástica, para el niño con una discapacidad y para los demás».

La Fundación Siloé se arroga el mérito de haber sido pionera en la apertura de hogares de día en pisos. «Ese modelo surgió aquí, partiendo de lo que había antes, que era de carácter residencial», subraya Susana González. Con el transcurso de los años las necesidades de los niños, incluso su carácter, ha cambiado. «En los ochenta los chavales eran más asequibles y había más vínculos con las familias, los hogares y los propios educadores. Eran más afectivos y aceptaban mejor las indicaciones», según el fundador de Siloé. Nada extraño, dice, somos hijos de nuestro tiempo. De hecho, él sostiene, echando mano de un viejo proverbio, que para «educar a un niño hace falta toda la tribu».

El porcentaje de menores que, tras haber pasado por Siloé no ha podido esquivar la cárcel o las drogas es mínimo. «La inmensa mayoría de ellos hacen una vida normalizada», aseguran. El nivel de asistencia a las actividades del programa «Chavales» es «altísimo», y sólo entre los adolescentes se registran algunos casos, muy pocos, de absentismo.

«Son tiempos recios» -el fundador de Siloé parafrasea a Santa Teresa-, así que a día de hoy se conforma con mantener los programas que hay en marcha. Además de «Chavales», explica el coordinador de programas, Pablo Puente, la organización mantiene una casa de acogida para enfermos de sida en situación de exclusión social -con polidependencias o enfermedades mentales, muy frecuentemente- , un centro de día para personas que viven en la calle, a las que se les ofrecen servicios básicos, y tres pisos para personas con trastorno mental severo, en los que se los ayuda a vivir con cierta autonomía. Por si fuera poco, colaboran con una comunidad beduina de Palestina en la construcción de una escuela.

No hay comentarios:

Publicar un comentario